miércoles, 21 de abril de 2010

La vida es dura

Y se lo repetía una y otra vez. La vida es dura. Como un mantra. Todo el día. Toda la noche.

La vida es dura y eso lo explica todo. Explica mi sufrimiento, decía. Explica el que yo haga lo que haga, como lo hago y con quién lo hago. La vida es dura y no estoy dispuesta a que me pasen por encima, decía, la vida es dura.

La vida es dura y no quiero que me discutan. La vida es dura y todo va en mi contra. La vida es dura y yo ya tengo edad, ergo experiencia, para poder exigir lo que creo que me corresponde. Antes también pero ahora más. Porque la vida es dura y la llevo sufriendo muchos años. La vida es dura.

Me corresponde por tanto, se excusaba en el camino del baño a la puerta y de la puerta al baño, hacer ver a los demás cuán dura es mi vida y por qué no me tengo que andar con remilgos. No con nadie que no me tenga respeto. Y entendemos por respeto, respeto, ni más ni menos. El respeto se gana porque vivimos. Porque la vida es dura y la vida es sufrimiento, el que más aguanta más merece. Y yo ya llevo, en cualquier caso, más que la mitad de la población, así que bien lo merezco. Porque la vida es dura. Y yo me tengo que hacer valer.

La vida es dura, decía, cigarro tras cigarro, paso a paso, caminando por la habitación. Nadie puede conmigo porque ya bastante han podido antes. No puede ser que cualquiera pueda. Ya no. Ya no les corresponde, decía. No soy tan pequeña como todos piensan, no soy tan poca cosa.

Continuaba caminando a lo largo y ancho de la habitación.

Continuaba frunciendo el ceño y los labios. No, no, no, no soy una marioneta, no soy una muñeca, no soy un florero, no, no, no, no me la van a meter más, no lo acepto, no lo aguanto. No puedo permitirlo. Es una cuestión de honor. ¡De dignidad!

La vida es dura, decía, como un mantra. Todo el día. Toda la noche.

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