martes, 22 de septiembre de 2009

Y ya está bien por hoy

a descansar

22y23

¿Qué extrañas luces son las que brillan en la lontananza? Tiemblan débilmente ante la simple sospecha de que me acerco. Resultan horribles y hermosas al mismo tiempo. Me atraen y me repelen. Y yo no sé qué hacer porque, sin poder evitarlo, las miro, sé que lloran a mis espaldas, sé que me esperan, pero sólo me muestran su cara dura, aparentemente malvada. Me llaman sólo para asustarme, en voz baja, me susurran, tras lo que me muestran sus dientes, afilados, blancos, como de leche. ¿Por qué me fallan los párpados? ¿Por qué no me quedo tranquila? Esas luces en la lejanía de mi sueño me acompañan todo el día.


Me han metido en el tambor. Doy vueltas. Entre los calcetines y las camisetas. Han apretado el botón pero no entra ni jabón ni agua. Soy deliciosamente pequeña, corro a contracorriente mientras que a un lado y a otro, a mi alrededor, caen las prendas deliciosamente grandes. Salto sin temor a caerme porque al menor traspiés encuentro una superficie mullida que amortigua mi golpe. Poco a poco, todo para. Estoy contenta pero exhausta. Poco después levanto la vista y veo cómo el mundo gira a mi alrededor; anda, anda, anda...


Cuando por fin respiro y me doy cuenta de todo, el corazón me da un vuelco. ¿Qué he hecho? Buscar mi propio camino. ¿Cómo lo he hecho? Con bases seguras. ¿Qué es lo que espero? La verdad es que no lo sé. Siento que algo me falta, pero no es lo de siempre. Por vez primera en mi vida, estoy llena. Demasiado. Reboso. Me falta la esperanza. Pues entonces no estaré tan llena... Me asombro de mi propia evolución. Tanto asombro tengo que soy incapaz de salir de él. Soy el ángel que cayó del cielo, el hada humana de todos los cuentos. Ahora sí que lo soy. Siempre es ahora.


¿Y por qué durante las cortas noches de estío la respiración se acelera? ¿Por qué durante años he esperado una respuesta? Andando entre rastrojos y entre cultivos busco el olor, busco el sabor, la sensación pura que me cierre los ojos. Las abejas me acompañan con su dulce zumbido.

vueltas

A veces es necesario ver para sentir. Para saber que sientes. Ver que conoces y piensas. Necesito verlo. Necesito que sientas por mí lo que alguien sentirá alguna vez por mí. O no. No lo sé, todo da muchas vueltas y busco en tus ojos el afecto y la reafirmación que todavía no me das. Que quizá no me des nunca. Todo me da vueltas y la única palabra que encuentro en mi memoria eres tú.

la esquizofrenia mundial

Tú puedes comprender lo que está pasando. El mundo está famélico y no encuentra más alimento que él mismo. Se devora, poco a poco, agoniza a cada bocado, llora por cada mordisco, pero sigue pelando, cortando, tragando. Se ha vuelto esquizofrénico: una parte de él no busca más que la propia desaparición mientras que la otra llora desconsolada e impotente por el daño que a sí mismo se está haciendo. No hay lucha interna. La fuerza está en la parte primera. La otra mitad poco es capaz de hacer. Llora. Chilla. Patalea. Pero no quiere luchar por miedo a destruir lo poco que le queda.

la danza frenética

Años de miseria aparecen ante mis ojos. La Luna, el Sol y las estrellas bailan su danza frenética a mi alrededor. Sin darme cuenta, me encuentro en todas partes: en el campo, la ciudad, en el cielo, en el infierno, en tu cama, en tus sueños, en los rincones escondidos de tu memoria. Te levantas y te acuestas de forma alternante, una y otra vez, tratas de arrancarme de tu vida. Lo siento, pero no eres tan fuerte. Ya no puedes. He entrado en todos tus poros y cubierto todas tus fibras. He recorrido tus venas y sentido tus espasmos, estoy sentada en tu silla, trabajo en tu mesa, no vengas, invades mi espacio. Tus cabellos ahora son míos, tus lunas, tus estrelas, mientras bailan a mi alrededor tu danza frenética...

Nulos

Somos nulos para querernos, nulos
nulos para tocarnos, nulos
nulos para sabernos, nulos
nulos para reírnos, nulos
nulos para entendernos, nulos
nulos para expresarnos, nulos
nulos para dejar de esperar, nulos
nulos para sentirnos, nulos

Para vivir, nulos

IMPROVISA
MUÉVETE
Y AHORA...

descansa...

Yo espero que haya paz en el mundo
Yo espero que la vida nos sonría con dientes de leche

no hay nada que podamos hacer

Las sombras se convierten en tinieblas, se convierten en luces, siempre una vez más. En os dominios de lo oscuro reside una flor que florece y se marchita una vez al día. Es la flor. La que lo contiene todo. La que nada retiene. Por cada pétalo que cae, un estallido. Por cada hoja que brota, un sueño nuevo. Una y otra vez en sucesión constante. Y a su alrededor nada existe. A veces, una cada mes, una luz de color, a veces roja, a veces anaranjada o amarilla, ilumina una esquina por unos segundos. Y en esa esquina sólo se ilumina el vacío que hay entre la pared y el suelo, negros y brillantes. Cada fin de año la flor sonríe, suspira y muere definitivamente. Se acaba. Se pierde. Y no hay nada que por ella podamos hacer.

Podría escribir mil cartas. En todas diría lo mismo. Lo mismo de distinta forma. Un millón de letras. No importa. Porque no soy nadie para decir tanto. Porque no puedo hablar siempre sola. Sólo necesito que alguien hable conmigo. Sólo necesito a alguien que aguante mi silencio.

trecedemarzodedosmiluno

Los sueños son metáforas de la vida en las sombras. Se levantan de la nada sobre una maraña de hijos finos y pegajosos, frágiles, que se bambolean al ritmo de la menor brisa. Se mueven junto a la tela que los funda y sienten las grietas en su seno. Cuando la brisa torna viento la tela se rasga, y el sueño cae. Aparecen los restos de aquella belleza efímera como ruinas de un pasado mejor, pero las arañas son trabajadoras; pronto tendremos un sueño nuevo.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Trece

Ando como medio mareada, perdiendo el control y siguiendo el pulso de mis entrañas. No hay tiempo para el respiro, para la tranquilidad, para la costumbre. Poco a poco y sin poder evitarlo cae la oscuridad a mi alrededor aunque no hace ni tres horas que amaneció. Me acerco a una esquina breve y débil y como si fuese un saturno invertido vomito a mis hijos cubiertos de sangre. 1, 2, 3... No consigo continuar. El cuarto queda dentro, a la espera. Me abraza el vientre con sus manos de algodón, me canta desde dentro, me despeja, me relaja. Mis otros vástagos bailan a mi alrededor al ritmo de cánticos lejanos y exóticos, demasiado rápidos para que yo pueda seguirles, se van, se alejan y me abandonan en la única compañía de su hermano no nacido, su hermano tan amable que decidió no salir para estar conmigo. Me arrulla. Se sacrifica porque me quiere. Y por mi propia vida pierde la suya. Qué injusticia, qué egoísmo el mío. Me levanto y me adentro aún más en la oscuridad, siguiendo las luces de hogueras lejanas.

martes, 14 de julio de 2009

Angustia

Aquella tarta de queso estaba asquerosa. Aún así, y para no desacreditar la generosidad de su anfitrión todos comieron, uno tras otro, aquella masa dulzona y densa que se mostraba ante ellos acompañada por sirope y un par de depósitos de mermelada de frambuesa del tamaño de aquellos botones grandes y oscuros de las parcas que había heredado de sus hermanos mayores en los ochenta. Miraba el plato y jugaba con la pasta amarillenta mientras veía como sus compañeros de mesa callaban, bajaban la vista y se planteaban cómo terminar con aquélla tortura. Las estrategias eran diversas, había casi tantas como comensales. Uno se decidió a terminar con aquéllo lo antes posible. Dividió el taco en cuatro porciones mastodónticas y las fue engullendo del tirón una a una hasta que el plato quedó vacío, dos botones solitarios en un mar de sirope marrón. Otro se entretenía en coger la mermelada con el cuchillo, extenderla generosamente sobre la tarta y partirla trocito a trocito hasta que quedaban reducidos a la mínima expresión, moléculas mínimas de tarta de queso que se por mucho que lo intentase no dejaban ser, al sumarlas, tantas como cuando estaban unidas en un solo volumen. Un tercero se colocaba en una posición un tanto brutalista y aplastaba parsimoniosamente la tarta contra el plato, viendo cómo la mermelada rebosaba por los bordes, asfixiada, herida, sin comprender que el odio no iba contra ella sino contra su vecina, la imposible, la asquerosa, la incomestible tarta de queso. Por alguna razón que no alcanzaba a comprender, mi compañero de mesa encontró mucho más apetecible aquélla amalgama que la textura imponente y prieta de la tarta original. Como un niño pequeño fue acercándola a la boca, intentando comérsela, y como un niño pequeño tardó sólo un par de cucharadas en desistir, avergonzarse y decir, aun sabiendo el error que cometía, que no quería más. Un jovencito fresco, vital y positivo intentó tomarse las cosas con calma. Parecía haber establecido un sistema bastante adecuado según el cual: uno, cortaba un trozo de tarta de forma más o menos piramidal; dos, introducía uno de los vértices de la pirámide en la mermelada de frambuesa; tres, sonreía a su interlocutor en caso de haberlo; cuatro, aguantaba la respiración; cinco, abría la boca; seis, introducía la tarta con mermelada en la anteriormente citada y abierta boca; siete, masticaba intentando mantener el tipo; ocho, tragaba; nueve, volvía a respirar. Repetía la faena una y otra vez intentando no perder el ritmo, porque el ritmo lo es todo, y procuraba seguir la filosofía del barrendero de Momo, no mirar al final de la tarta, el final de la tarta llegará, pero lo único que hay que saber es que tenemos que comer otro bocado, y luego otro, y luego otro, hasta que se acabe del todo. Entonces podremos respirar tranquilos y decir "he terminado".

Qué triste escena, gentes de mundo, experimentadas, buscando en una cena la salida del agujero, disimulando satisfacción y agrado mientras por dentro era todo envidia, todo celos, todo una búsqueda de una escalera que sube y que sube...

Me levanté y me fui. No dije nada. No probé mi propia tarta. Si los demás quieren comer mierda, ellos sabrán.

domingo, 24 de mayo de 2009

PAREDES

A veces me gustaría vivir en la típica casa americana en vez de en el chalet de mis abuelos.

Cambiaría las paredes de gotelé y los tabiques de ladrillo por los revestimientos de vinilo barato, las estructuras de madera y las particiones de cartón-yeso.

Buscaría los papeles pintados en las paredes y las láminas costumbristas de colores sombríos enmarcadas con listones dorados.

En ocasiones añoro tanto esa casa inexistente que ni yo misma lo entiendo.

Añoro ver aparecer las capas que la forman al paso de mis puños furiosos, una tras otra,
siempre ajenas a mis decepciones y desencantos;
siempre tan fácilmente descubiertas por mi ira.