Me han metido en el tambor. Doy vueltas. Entre los calcetines y las camisetas. Han apretado el botón pero no entra ni jabón ni agua. Soy deliciosamente pequeña, corro a contracorriente mientras que a un lado y a otro, a mi alrededor, caen las prendas deliciosamente grandes. Salto sin temor a caerme porque al menor traspiés encuentro una superficie mullida que amortigua mi golpe. Poco a poco, todo para. Estoy contenta pero exhausta. Poco después levanto la vista y veo cómo el mundo gira a mi alrededor; anda, anda, anda...
Cuando por fin respiro y me doy cuenta de todo, el corazón me da un vuelco. ¿Qué he hecho? Buscar mi propio camino. ¿Cómo lo he hecho? Con bases seguras. ¿Qué es lo que espero? La verdad es que no lo sé. Siento que algo me falta, pero no es lo de siempre. Por vez primera en mi vida, estoy llena. Demasiado. Reboso. Me falta la esperanza. Pues entonces no estaré tan llena... Me asombro de mi propia evolución. Tanto asombro tengo que soy incapaz de salir de él. Soy el ángel que cayó del cielo, el hada humana de todos los cuentos. Ahora sí que lo soy. Siempre es ahora.
¿Y por qué durante las cortas noches de estío la respiración se acelera? ¿Por qué durante años he esperado una respuesta? Andando entre rastrojos y entre cultivos busco el olor, busco el sabor, la sensación pura que me cierre los ojos. Las abejas me acompañan con su dulce zumbido.
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