domingo, 23 de enero de 2011

I WANT TO BE POPULAR

Andrés apenas podía sostenerse sobre sus propios pies. Ante sus ojos las cosas parecían dejar tras de sí una estela hermosa pero desconcertante, las luces bailaban, las personas parecían todas igualmente hermosas u horrendas, una apariencia borrosa pero en cualquier caso amigable, de las que sólo distinguía, a veces, a su nuevo mejor amigo, Santiago, con quien compartía un apoyo recíproco disfrazado de abrazo. Se desplazaban lentamente bajando la calle Reyes Católicos con los restos aguados de una copa en la mano. Hacía tiempo que no notaba el frío que le producía en el cuello el aire de diciembre que se mezclaba juguetonamente con los restos de un Bombay Saphire-limón que no había podido evitar derramarse encima por completo. No se acordó, puesto que estaba muy ocupado, de que los años no perdonaban y que su rostro juvenil engañaba a muchas menos a sus tripas, que se revolverían, necesaria, inexorable e incesantemente todo el día de mañana. Reía, sólo se acordaba de reír y, ocasionalmente, de un artículo infame que tendría que tener preparado a las cuatro de la tarde sobre un tema aún por determinar. Escupiendo ligeramente, comentaba con Santiago los placeres nunca experimentados del nómada, el bardo y el indigente, que pueden vivir sin más propiedad que lo que cabe en sus bolsillos, sin más preocupación que la de no perder más sol ni más vino que el estrictamente necesario y sin más obligaciones que las propias de su alma, poder sentir la vida tocando con la punta de los dedos los puentes, los árboles y las piedras del camino, tan lejos, tanto literal como figuradamente, del teclado del ordenador. Una pluma, sólo nos haría falta cruzarnos con un ganso y robarle una pluma, le contestaba Santiago, una pluma suave y fresca como la piel de una mujer, como la piel de esa rubia que pasa, mira, mira… ¡ay! De esa misma, ¿no te parece? Me parece, me parece, pero tenemos tantas posibilidades de acostarnos hoy con esa rubia que como de cruzarnos con un ganso, Sí te parece, ay, no hay gansos en esta ciudad, No, no hay gansos en esta ciudad mágica, los gansos son terrenales, decía Andrés, y por eso son dignos de admiración y veneración, Yo no sé de qué hablas, mi hermano, pero me parece bien, Eso es, está bien que te parezca bien, no tienes que compartirlo pero puedes aceptarlo, Cierto, lo acepto, pero no más a raticos, que si no cómo podríamos justificar nuestra falta de aceptación hacia los intransigentes, Claro, claro, no jodas, cómo si no,… Y así fueron, haciendo eses, hasta la General, donde torcieron a la derecha para dirigirse a la Plaza de los Lobos. La calle Mesones y sus floreros colgantes, a duras penas resistiendo los rigores del invierno, acogieron junto a las luces navideñas a los borrachos soñadores y risueños, quienes a duras penas resistían los rigores del alcohol y amagaban con vomitar en la esquina de cualquier tienda pija frente a la mirada a veces atónita a veces empática de los grupos de personas que regresaban también a casa desde la Vogue. Chain, chain, chain… Chain of fools… ¿qué cantas? Preguntó Andrés. Santiago pudo a duras penas entonar de nuevo una versión bastante libre de la canción de soul “Chain of fools” de Aretha Franklin. ¿No la conoces? Chain, chain, chaaaaaaain… ¡Ah!... y ¿eso ahora a qué viene? Porque somos una gran cantidad de pringaos, como dirían aquí, siempre vendiendo una imagen, ¿pero de qué hablas? ¿Qué imagen? Imagen de que tenemos personalidad, de que somos diferentes, probar constantemente que las bobadas que dicen sobre nosotros por ahí son verdad, para que te lean y para que te escuchen en este mundo de mierda te tiene que preceder la leyenda, tienes que ser excepcional y demostrarlo a cada puto momento, ¿que no te das cuenta? Estás borracho, amigo, nuevo mejor amigo, somos diferentes, siempre lo hemos sido, los raros en el colegio, los interesantes en el instituto, los preferidos en la universidad, no todo el mundo puede llegar a eso, y tú, , querido mío, al igual que yo, yo, hemos llegado porque no somos como todo el mundo, Bueno, bueno, que no seamos como los demás no significa que seamos mejores… tampoco significa nada de nada… Significa que hemos sabido demostrar lo que quizá sea indemostrable, quién puede decir quién tiene más capacidad, yo me dejé demasiada gente allá que era fabulosa y nunca saldrá, es fabulosa pero ni ellos mismos lo saben, no están donde tienen que estar, una mierda, eso somos en comparación con ellos, una mierda, porque yo estuve en el sitio adecuado por casualidad, sólo eso, casualidad… tío, ¿qué es eso tan enorme? ¿Aún no habías visto la Catedral? No, es imponente, Es imponente y parece que se te va a caer encima, Todo se cae, Sí, todo se nos cae, pero nosotros no caemos, no caeremos, No hemos empezado a despegar aún, sólo escribimos articulillos de mierda en publicaciones locales, pero tenemos que aparentar ser dioses, Demostraremos ser dioses, No quiero demostrar nada, Entonces lo mostraremos, no tendremos más remedio que mostrarnos nosotros mismos… ¿Desnudos nos mostramos? Jaja, no, desnudos no, o al menos no todavía, yo te muestro a ti, tú me muestras a mí, nos mostramos los dos y que parezca un accidente, yo…

Y Andrés vomitó largo y tendido sobre la escalinata de la Plaza de la Catedral. No podía contener los espasmos de su estómago, no habría podido ni aun siendo consciente de que su casa quedaba a tan sólo doscientos metros de allí. Terminó por quitarse la bufanda húmeda, miró a Santiago, le sonrió a duras penas y repitió: Que parezca un accidente.

A la tarde siguiente, recién levantado y a una hora de la entrega de su reseña semanal, consiguió escribir, a duras penas, una muy positiva e imaginativa crítica a la obra “Los Animales Salvajes” de Santiago Valdés. Mientras volvía al baño para procurar rematar la resaca, fantaseó con que, con un poco de suerte, Valdés, aquel amigo que de nada conocía, pensaba en él en ese preciso instante y que, con un poco de suerte, también escribía sobre él.

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